Conocer la verdadera naturaleza del lenguaje se enfrenta a una dicotomía clásica que se estableció en el pasado siglo y que aún sigue vigente. La cuestión es si constituye un sistema autónomo de referencia, arbitrario y regido por sus propios algoritmos o si por el contrario es una facultad más del sistema cognitivo humano, eso sí, de alta complejidad. Los estudios diacrónicos parecen proporcionar sólida evidencia a favor de la segunda opción. En concreto, el inglés medieval en la etapa que va desde los siglos XI a XV experimentó una vorágine de cambios a diversos niveles que aún hoy en día resultan sorprendentes no sólo a anglicistas sino a diacronistas en general. Está demostrado que muchos de estos cambios fueron motivados por los eventos históricos que acaecieron a esta comunidad lingüística. Esto nos indica que la lengua refleja irremisiblemente el devenir de sus usuarios y evoluciona con los mismos. Por lo tanto, su carácter autónomo no debe promulgarse más allá de las características inherentes de la anatomía de los órganos implicados en la producción y comprensión lingüísticas, así como de las propias constricciones del código.
The knowledge of the true nature of language faces a long-running dichotomy which came on the scene in the last century and is still in force. The point is whether language constitutes an autonomous reference system, arbitrary and ruled by its own algorithms or, on the other hand, is one more faculty of the human cognitive system, though highly complex. Diachronic analyses seem to provide solid evidence supporting the latter option. Specifically, Medieval English, from the 11th to the 15th c. experienced an astonishing number of changes at different levels. These changes still puzzle not only experts in English philology but diachronic linguists in general. It has been proved that most of these developments were motivated by the historical events that occurred in this linguistic community. This indicates that language is bound to reflect the evolution of its users and evolves with them. Therefore, the autonomous character of language must not be propounded beyond the features inherent to the anatomy of the organs involved in the production and comprehension of linguistic data, as well as the intrinsic restrictions of the linguistic code.