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Comunidad y Movimientos Sociales
Author(s) -
Carlos Rojas Reyes
Publication year - 2011
Publication title -
universitas
Language(s) - Spanish
Resource type - Journals
eISSN - 1390-8634
pISSN - 1390-3837
DOI - 10.17163/uni.n15.2011.07
Subject(s) - humanities , span (engineering) , font , art , philosophy , visual arts , engineering , civil engineering
Parto de una definición generalísima de comunidad para pasar a su comprensión  como don. Ciertamente, un don muy especial, en cuanto es un horizonte de  sentido indispensable para la formación de los ideales de la humanidad ¿y para  el surgimiento de otro mundo posible-, y al mismo tiempo, como colocado por  fuera de la realidad, existiendo en un espacio exterior de imposibilidad.  La globalización actualiza el debate sobre el comunitarismo y lo coloca  bajo una nueva luz, especialmente para dejar de verlo como aquello que se ha  perdido en un pasado ideal; y tomarlo ante todo como una construcción que el  presente nos exige. Dudas y ambigüedades resultan de este enfoque comunitario,  porque contiene esperanzas y peligros que no se ve cómo puedan resolverse.  Para concluir, me pregunto: hasta qué punto los movimientos sociales antiglobalización  son una forma de comunidad, una promesa de comunitarismo; e  igualmente, en qué medida escapan a este paradigma.   ¿Es posible pensar los movimientos sociales antiglobalización como prefiguraciones  de la comunidad que viene? ¿Puede el comunitarismo servir de  horizonte de sentido para la comprensión de los movimientos sociales y para  orientar sus formas de acción y de organización? Y, sobre todo, ¿cuáles son los  debates actuales sobre el tema que se vinculan con estos movimientos y cómo  posicionarse en torno a ellos? Para aproximarnos a la noción de comunidad,  tomamos cuatro aspectos complementarios para establecer un significado provisional  de comunidad:   El primer elemento se refiere al aspecto sociológico de la comunidad, en donde la existencia y la reproducción ampliada de sus miembros dependen directamente  e indispensablemente de los otros miembros:   ¿exposición común de los unos a los otros, donde la existencia es, por definición  compartida, es decir, constitutivamente abierta a la copresencia del otro  (Fistetti, 2003: 10).   El segundo elemento retoma los aspectos simbólicos  e imaginarios de la  comunidad, en tanto ésta es un modo de representación del mundo que se comparte  con los demás miembros del grupo y que sirve como guía para organizar  el conjunto de la vida social, en cualquiera de sus aspectos: "¿aquellos que  han consentido en ir juntos en cuanto al símbolo" (ibíd.: 11).   Para esta reflexión recojo una noción construida en otro trabajo sobre mundos simbólicos:  El mundo simbólico es ante todo un horizonte que posibilita y delimita el  campo de las experiencias. Nos dice qué puede constituir una experiencia y qué  no puede serlo. Parte de una pluralidad de dimensiones del mundo, en donde  se abren un conjunto de posibilidades ubicadas en la historia y que son ellas  mismas historia. La experiencia que se corresponde con los mundos simbólicos  pertenece al orden cultural, con un conjunto de representaciones sobre lo existente,  pero también como una apertura a experiencias que se ubican en un plano  especial, que generalmente se identifica con el mundo de los espíritus (Rojas, 1994: 93 y ss.).   En tercer lugar está la comunidad como don, como intercambios que se dan entre la comunidad y sus miembros, o entre ellos que escapan a la lógica del valor y a las reglas del mercado capitalista. El don presupone la inexistencia de cualquier tipo de calculabilidad. Si el otro hace un cálculo respecto de algún tipo de equivalente para devolverme, de alguna manera, lo que le ha sido donado,  se quiebra la lógica del don; desaparece el don y aparece el intercambio  mercantil, aunque sea de manera larvada.   El don como elemento de la dinámica de las relaciones sociales de la comunidad  se convierte en el elemento discriminador respecto de las formas de organización  guiadas por la ganancia en un determinado mercado. Desde luego aquello  que se da en el don puede ser de lo más variado, va desde objetos hasta elementos  simbólicos, así podemos dar fe o dar nuestro tiempo. Sintetizando estos elementos,  tendríamos que la comunidad es un grupo humano en el cual la existencia de  sus miembros depende directamente de los otros, en donde estos comparten un  orden simbólico, y cuya forma de vida se basa en el don (Fistetti, 2004). En cuarto lugar, está la reciprocidad: retomo la aproximación que realiza  Esterman al concepto de reciprocidad como el elemento en el cual se expresa el  conjunto de la cosmovisión andina:  A cada acto corresponde como contribución complementaria un acto recíproco.   Este principio no solo compete a las interrelaciones humanas (entre personas o  grupos), sino a cada tipo de interacción, sea esta intra-humana, entre hombre y  naturaleza, o sea entre el hombre y lo divino (Estermann, 1998: 132). Esto permite abrir un campo muy amplio para entender las relaciones no  solo al interior de la sociedad, sino de la naturaleza con la sociedad, en el marco  de una cosmovisión integral. A partir de este acercamiento básico, entremos en  algunos de los debates en torno a la comunidad para dilucidar si los movimientos  sociales antiglobalización pueden ser comprendidos desde esta perspectiva.

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