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1. Una tradicional —y socorrida— explicación etimológica del término phibsophía nos dice que esta significa amor a, búsqueda de, interés por la sophía. Como si esta última, a la manera de experiencias tan inmediatas como el amor, la busca o el deseo, fiíera algo tan evidente que todo el mundo debía compartir, la aclaración pone todo el énfesis en la idea de búsqueda. Por supuesto el objeto de tal búsqueda es siempre la sophia, y lo único que cambia es la actitud del sujeto que, de receptor y poseedor de un saber indiscutible, pasa a ser im sujeto abierto a la indagación y la justificación de aquello que aspira a saber. No se trata de la legendaria sabiduría de «los Siete Sabios», que más bien encarnan los valores de la época clásica del s. v —no en vano Aristóteles pudo imaginar a Solón como un representante de lo que entendía por «clase media» i—, sino del fondo más arcaico del saber griego. Ahora bien, al tomar la sophüt como algo de suyo evidente, se propician al menos dos desmanes críticos de consecuencias graves: (i) si se pone el acento en la continuidad y se considera que la philo-sophía es lo mismo sólo que con ciertos retoques formales de tinte racionalista, se vuelca sobre la sophía el concepto que la propia philosophia se ha hecho de sí misma; (ü) si, por el contrario, el acento recae en la oposición entre ambas, se achaca a la sophía todo aquello que la phibsophía cree ajeno a su propio modo de proceder. La primera opción minimiza de alguna manera sus supuestos racionalistas y los hace extensivos al pensamiento que le precede; la segunda, a la inversa, maximiza la racionalidad estrenada y achaca al pensar mítico hasta sus propias limitaciones o lo que ella misma considera negativo: la «inferioridad» del pensar previo está ya definida.

Sophía/Philo-sophía: una circularidad quebrada