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[201] La ciencia de los tiempos modernos desde siempre ha sabido sus orígenes griegos, y se ha remitido a la autoridad del pensamiento griego. Basta pensar, tan sólo, en las obras originales de Copérnico y Kepler o en Newton o en los grandes investigadores de los siglos xix y xx; como representante de ellos mencionaremos únicamente a Helmholtz. Ciertamente, entre los pioneros de la ciencia moderna como también entre sus intérpretes filosóficos, tanto en Kant y el neokantismo como con Ernst Mach o Max Planck, fue sobre todo Platón, cuya imaginación filosófica se consideraba —hasta nuestros días— como una anticipación de los conocimientos más recientes. Aristóteles, por el contrario, desde los días de Galileo, siempre estuvo bajo sospecha de ser un dogmático y el nuevo interés por Aristóteles, que encontramos en Schelling y Hegel, los defensores de una física “especulativa”, no lo ayudó, precisamente, a conseguir el reconocimiento en la época moderna —y esto a pesar de que una gran parte de los conceptos con los cuales trabajan tanto la filosofía como la ciencia, son indudablemente de origen aristotélico—. “Aristóteles fue un farmacéutico”, esta sentencia ilustre de Hermann Cohen, quien reparó en Aristóteles, a diferencia de Platón, solamente una clasificación secundaria en acción es reconocida todavía en la actualidad por vastos círculos de investigadores de las ciencias naturales, sobre todo, con miras a hacer dependiente la matemática de la naturaleza y su crítica a Platón que parece puntillosa y construida sobre malos entendidos. Pues bien, entretanto, se efectuó un cambio en la investigación filosófica que empieza a revisar un esquematismo dogmático en la comprensión de Aristóteles. En parte, a través del análisis filológico, en parte, por la nueva

¿Existe la materia? Un estudio en torno a la formación del concepto en la filosofía y en la ciencia, 1973